La leyenda de la verdad
y la mentira.
Hay leyendas que se alzan como hermosas
historias que ilustran la realidad
psicológica de nuestras vidas.
Esta que hoy os acercamos es una de ellas.
“Cuenta la leyenda, que un día la verdad
y la mentira se cruzaron.
-Buen día
-dijo la mentira.
-Buenos días
-contestó la verdad.
Hermoso día
-dijo la mentira.
Entonces la verdad se asomó
para ver si era cierto. Lo era.
-Hermoso día
-dijo entonces la verdad.
-Aún más hermoso está el lago
-dijo la mentira.
Entonces la verdad miró hacia el lago
y vio que la mentira decía la verdad
y asintió. Corrió la mentira hacia
el agua y dijo:
-El agua está aún más hermosa. Nademos.
La verdad tocó el agua con sus dedos
y realmente estaba hermosa
y confió en la mentira.
Ambas se quitaron la ropa
y nadaron tranquilas.
Un rato después salió la mentira,
se vistió con las ropas
de la verdad y se fue.
La verdad, incapaz de vestirse
con las ropas
de la mentira comenzó
a caminar y asintió.
Corrió la mentira hacia el agua y dijo:
-El agua está aún más hermosa. Nademos.
La verdad tocó el agua con sus dedos
y realmente estaba hermosa
y confió en la mentira.
Ambas se quitaron la ropa
y nadaron tranquilas.
Un rato después salió la mentira,
se vistió con las ropas
de la verdad y se fue.
La verdad, incapaz de vestirse
con las ropas
de la mentira comenzó a
caminar sin ropa
y todos se horrorizaban al verla.
Es así como aún hoy en día
la gente prefiere
aceptar la mentira disfrazada
de verdad
y no la verdad al desnudo.
No solo mentimos, mentimos mucho.
En temas importantes y en nimiedades.
Es más fácil hacerlo que dar explicaciones
y lidiar con la crudeza de la verdad
al desnudo.
No tenemos una posición clara
respecto a la mentira
y la verdad porque no reflexionamos
sobre ello
de la manera adecuada y,
como consecuencia,
nos intoxicamos de pequeñas
y grandes mentiras
que entretejen una tela
de la que es difícil salir.
¿Por qué hacemos esto?
Porque el beneficio psicosocial
de la mentira suele ser
más inmediato que el de la verdad.
También porque la verdad
no está exenta de riesgos;
así, muchas veces, con objeto
de proteger nuestra
integridad o la ajena y/o
de sacar provecho,
tendemos a caer en la tentación:
valernos de la mentira.
Pero no olvidemos que es
suficiente una mentira
para que la sospecha arroje
al cesto de la duda
a cientos de verdades,
haciendo que nos cuestionemos
incluso las las experiencias
que creíamos más francas.
Desconozco la autoría.
Créditos a quien corresponda.
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